Siempre que se hace una encuesta sobre quien es el prócer argentino más importante, el nombre del General San Martín aparece siempre entre los primeros. Pero no solo en Argentina, sino que es un símbolo de la unidad latinoamericana y respetado en todo el continente. Hijo de Juan de San Martín, teniente gobernador de Corrientes, y de Gregoria Matorras, el pequeño José Francisco se educó en España adonde viajó su familia en 1784. La carrera militar la hizo en el Regimiento de Murcia donde tuvo su bautismo de fuego en el sitio de Orán (1791), en la campaña de Melilla; cuando recién había cumplido trece años. Tuvo una destacada carrera militar en Europa y poco después de estallar la revolución emancipadora en América, San Martín, reorientó su vida hacia la causa emancipadora y fue así que decidió volver a su país para participar de la lucha y colaborar con la Independencia. Fue así que inició una nueva etapa de su vida que lo convertiría, junto con Simón Bolívar, en una de las personalidades más destacadas de la guerra de emancipación americana. Solicitó la baja en el ejército español y marchó primero a Londres (1811), para luego embarcar hacia Buenos Aires. Una vez en el país, la Junta gubernativa le confirmó en su rango de teniente coronel de caballería y le encomendó la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo, al frente del cual obtendría la victoria en el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813). En lo que tiene que ver con su vida personal, el mismo año que puso un pie en Argentina conoció en una tertulia política a la que sería su esposa y compañera, doña María Remedios de Escalada, con quien contrajo matrimonio enseguida, el 19 de septiembre, en la catedral porteña. En 1813 renunció a la jefatura del Ejército de Buenos Aires, y en 1814 aceptó sustituir a Manuel Belgrano al frente del Ejército del Alto Perú, maltrecho por sus derrotas. El duro revés que Belgrano había sufrido en Vilcapugio y Ayohuma a manos de los realistas cerraba prácticamente las posibilidades de avanzar sobre Perú, al tiempo que hacía vulnerable esa frontera, cuya custodia encargó a Martín Miguel de Güemes, caudillo de Salta.
En su idea militar siempre estuvo la imperiosa necesidad de lograr la liberación de Perú, principal bastión realista en América. Bloqueada la ruta del Alto Perú (la actual Bolivia), empezó a madurar su plan de conquista de Perú desde Chile; con este objetivo obtuvo la gobernación de Cuyo, lo que le permitió establecerse en Mendoza (1814) y preparar desde allí su ofensiva. Fueron tres largos años los que estuvo organizando pacientemente el ejército con la ayuda de la población de los Andes. Los recursos eran escasos por lo que tuvo que recurrir a todos los que quisieran colaborr y hasta su esposa, doña Remedios, decidió entregar sus joyas para aliviar en algo las penurias de los patriotas. En 1816 esta abnegada mujer dio al general su única hija, Merceditas, que sería el bálsamo de San Martín en su solitaria vejez. Un año después del nacimiento de su hija inició la gran campaña que habría de dar un giro nuevo a la guerra, en el momento más difícil para la causa americana, cuando la insurrección estaba vencida en todas partes con excepción de la Argentina. Su objetivo era invadir Chile cruzando la cordillera de los Andes, y su realización, en sólo veinticuatro días, constituiría la mayor hazaña militar americana de todos los tiempos. El 12 de febrero de 1817 derrotó al ejército realista al mando del general Marcó del Pont en la cuesta de Chacabuco, y el 14 entró en Santiago de Chile. La Asamblea constituida proclamó la independencia del país y le nombró director supremo, cargo que declinó en favor de O’Higgins.
Pero San Martín sabía que ese era el primer paso ya que para sacudir el yugo español del continente era preciso conseguir el dominio naval del Pacífico y la ocupación del virreinato del Perú, verdadero centro del poder realista. Viajó a Buenos Aires a fin de solicitar lo necesario para la campaña que le permitiera liberar a Perú; pero sin embargo, lo que recibió fue la oferta de intervenir directamente en las disputas internas del país, cosa que rechazó. Después de desafiar miles de obstáculos, de una dura derrota en la batalla de Cancha Rayada, llegó a Perú en 1820. San Martín intentó una negociación con el virrey Pezuela, y luego con su sucesor, José de la Serna, a quien le ofreció un arreglo pacífico, que incluía la independencia de Perú y la implantación de un régimen monárquico con un rey español. Fracasadas las negociaciones, San Martín ocupó Lima y proclamó solemnemente la independencia (28 de julio), pese a que el ejército realista aún controlaba gran parte del territorio virreinal. En 1822 se dio el célebre encuentro con Simón Bolívar, otro de los próceres latinoamericanos, en la que se debate el futuro del continente y si bien el contenido exacto de esa charla es aún objeto de múltiples discusiones, sin dudas debió de desalentar a San Martín. El mismo año presentó la renuncia a su cargo de Protector de Perú y decidió retirarse de la batalla. Su idea era instalarse en Mendoza pero las muchas críticas adversas que le atribuían aspiraciones de mando y el fallecimiento de su esposa, hicieron que en febrero de 1824 decida partir rumbo a Europa, acompañado por su hija Merceditas, que en esa época tenía siete años. Residió un tiempo en Gran Bretaña y de allí se trasladó a Bruselas (Bélgica), donde vivió modestamente; su menguada renta apenas le alcanzaba para pagar el colegio de Mercedes. Hacia 1827 se deterioró su salud, resentida por el reumatismo, y su situación económica: las rentas apenas le llegaban para su manutención. Durante esos años en Europa arrastró además una incurable nostalgia de su patria. Tanto es así que intentó volver varias veces y la última tentativa de regreso tuvo lugar en 1829. Dos años antes había ofrecido sus servicios a las autoridades argentinas para la guerra contra el Imperio brasileño; en esta ocasión, embarcó hacia Buenos Aires con la intención de mediar en el devastador conflicto entre federalistas y centralistas. Sin embargo, al llegar encontró su patria en tal grado de descomposición por las luchas fratricidas que desistió de su intento, y, pese a los requerimientos de algunos amigos, no puso pie en la añorada costa argentina.
Volvió a Europa, a Bélgica y en 1831 pasó a París, donde residió junto al Sena, en la finca de Grand-Bourg. En 1848 se instaló en su definitiva residencia de Boulogne-sur-Mer (Francia), donde moriría el 17 de agosto de 1850. «Desearía que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires», fue la voluntad póstuma del militar. Desde 1880 sus restos descansan en la Capilla Nuestra Señora de la Paz, ubicada en la Catedral Metropolitana, custodiado permanentemente por dos granaderos.