Las vacunas, uno de los mayores avances de la medicina, previenen millones de muertes todos los años. Han logrado contener o erradicar enfermedades como la poliomielitis, el sarampión o la varicela. Nunca se han vacunado tantos chicos como ahora. La evidencia científica es contundente: las vacunas son efectivas y seguras, y provocan efectos colaterales serios solo en casos muy excepcionales. Pero, así y todo, las vacunas están bajo escrutinio y son el blanco de un movimiento global “antivacunas”, arraigado en el miedo, la desconfianza y, en última instancia, la desinformación. Para muchos científicos, las vacunas son víctimas de su propio éxito.

“La gente no ve el sarampión, no ve muertes por varicela o poliomielitis, entonces no entiende lo serias que eran estas enfermedades. Si no las ven, no les temen. Y como existe tanta información errónea sobre las vacunas, las vacunas se convierten en aquello a lo que se tiene miedo, más que las enfermedades”, dice Tara Smith, profesora de Epidemiología de la Universidad Estatal Kent, en Kent, Ohio. “Ahí estamos ahora. La gente tiene mucho más miedo de las vacunas que de las enfermedades”, cierra.

Uno de los motivos: la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola, o MMR, ha sido uno de los principales blancos del movimiento antivacunas. La acusación: que provoca autismo. El origen de ese alegato tiene fecha, nombre y lugar. El 26 de febrero de 1998, la prestigiosa revista científica británica The Lancet publicó un estudio que sugirió que la vacuna podía contribuir al desarrollo de autismo. El trabajo, liderado por el médico Andrew Wakefield, se basó en solo 12 casos. Ha sido desautorizado de todas las maneras imaginables, pero, al día de hoy, es un pilar de los antivacunas. Diez de los otros 12 autores del artículo luego le quitaron su apoyo, dijeron que “no se estableció un vínculo causal” y que los datos eran insuficientes. Decenas de estudios más amplios y serios desecharon la existencia de un lazo entre la vacuna y el autismo. The Lancet retractó el artículo y Wakefield perdió su licencia para ejercer la medicina en Gran Bretaña. En 2010, el Consejo General Médico Británico lo declaró culpable de mala conducta profesional. En 2011, el British Medical Journal publicó una serie de artículos que concluyen que los datos del estudio de Wakefield fueron tergiversados o adulterados.

A ese origen se suma otro factor que alienta el miedo a la vacuna contra el sarampión: a veces, los primeros signos de autismo aparecen alrededor de la edad en la que se administra la primera dosis de la vacuna, y eso puede llevar a algunos padres a pensar que existe un vínculo.

Pero más de 20 estudios acreditados han descartado que exista un vínculo causal entre la vacuna y el autismo, según el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, según sus siglas en inglés). Las reacciones adversas graves a la vacuna son muy raras, y las cifras dan cuenta de su éxito. Entre 2000 y 2017, la mortalidad bajó un 80% y la vacuna previno más de 21 millones de muertes, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En Estados Unidos, antes de 1963, cuando se introdujo la vacuna, casi todos los chicos contraían sarampión antes de los 15 años, y todos los años había entre tres y cuatro millones de infectados. Hoy, el peor brote desde que se erradicó la enfermedad, en 2000, ha generado poco más de 1000 casos.

“Las afirmaciones de que las vacunas están relacionadas con el autismo o que son inseguras cuando se administran de acuerdo con el cronograma recomendado han sido refutadas por un cuerpo sólido de literatura médica”, afirmaron el presidente de la Academia Americana de Pediatría (AAP, según sus siglas en inglés), Fernando Stein, y la vicepresidenta, Karen Remley, hace ya dos años.

“Las vacunas son seguras. Las vacunas son efectivas. Las vacunas salvan vidas”, sentenciaron.

Smith insiste: las vacunas son uno de los productos farmacéuticos más seguros que existen. “Nada es 100%”, matiza, pero brinda un dato sobre la base de estudios y cifras oficiales: en Estados Unidos, por cada un millón de dosis de vacunas que se administran, una dosis genera “lesiones serias”, como, por ejemplo, una reacción alérgica severa, convulsiones o fiebres altas. El gobierno federal tiene un programa para cubrir los reclamos frente a casos donde ocurren efectos secundarios graves, que resulten en un daño permanente, una hospitalización, una cirugía o una muerte. De 2006 a 2017 se aplicaron más de 3400 millones de dosis de vacunas en Estados Unidos, según CDC. En ese mismo período, el gobierno “compensó” 4328 reclamos, es decir, aproximadamente uno por cada millón de dosis. De esos casos, la gran mayoría, 2961, fueron por la vacuna contra la gripe.